He tenido la suerte de haber orado el musical unas seis veces. No es un error del procesador de textos, ni un despiste. Es justamente eso lo que he sentido cada vez que he asistido a una representación. Que no es un espectáculo, sino una auténtica oración colectiva. A través de cada canción consiguen tomar nuestros corazones, unirlos y elevarlos en alas de cada nota, de cada letra, de cada sonrisa y de cada lágrima. Es la vida misma, en toda su complejidad. Y es Evangelio viviente y, como tal, conocido por todos, pero siempre nuevo.
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